jueves, 4 de septiembre de 2014

Nel letto del degrado della democrazia


Por: Oscar Tellez Dulcey
Facebook: Oscar Tellez
Twitter: @oscar_ftellez


Nosotros los colombianos –bueno en realidad aquellos colombianos que se apasionan por la historia- tendemos a jactarnos de tener la democracia más antigua de América Latina. En varias ocasiones, se ha festejado por los cielos, la tan venerada ‘’democracia representativa’’ que hemos acogido para nuestra sociedad. Bueno la verdad es que no se festeja, los intelectuales se indignan con cada colombiano cuando no ejerce el principal derecho democrático: el voto. Pero eso sí, voy a atreverme a decir que para un 90% de nosotros los colombianos, tener democracia significa poder votar.

Como sociedad tenemos un déficit de conocimiento con respecto a la práctica democrática. Nos sentimos parte de una sociedad justa, porque creemos tener democracia. Es más, nos sentimos herederos de la tradición griega, cuando no tenemos en nuestra cabeza un solo rastro de la práctica democrática de las tribus griegas. Nos alimentamos de la definición fácil de la democracia y la idea de que esta es el ‘’poder del pueblo’’, jamás sale de nuestra cabeza. Y entonces, sería válido preguntarnos ¿si la democracia es el poder del pueblo, por qué la historia de la dirigencia colombiana la han protagonizado 15 –por mucho 20- familias? Si eso es poder del pueblo, creo que tengo que revisar la definición de pueblo.

El modelo democrático, como la gran mayoría de cosas en nuestro país, fue importado del inalcanzable mundo moderno. Ni siquiera nos preocupamos por estudiar las consecuencias de establecer modelos ajenos, y como nos pareció bonito, pues decidimos jugar así. Jamás tuvimos la capacidad intelectual para indagar sobre los orígenes de eso que llamamos democracia. No tuvimos en cuenta que para los padres de la democracia la cosa no era solo sentarse a hablar en la plaza. A los colombianos jamás nos hablan de la Eclessia, esa reunión de aproximadamente 7000 hombres de diferentes tribus griegas que se reunían 40 veces al año para discutir sobre el bienestar público. A la escuela se le ha olvidado contarnos que de esos 7000, 500 formaban parte de un consejo que variaba cada mes, 50 establecían un comité que asesoraba a los 500 anteriores, y de esos 7000 uno era nombrado como presidente (el presidente duraba un día en el cargo).

Y si no tenemos conciencia de lo que ocurrió con los griegos, podemos decir que en buena parte tampoco tenemos conciencia de lo que significa hablar de democracia hoy. Nos limitamos a entender que la democracia (‘’el poder del pueblo’’) pasa únicamente por el voto. Desconocemos que la democracia actual es el sustento del modelo económico que domina el mundo, y que, para el caso de nuestro país, de representativa se queda corta, porque a lo largo de la historia pareciera que los intereses del pueblo expuestos por esos representantes quedan relegados y siguen beneficiando a esa clase dominante que no suelta el mando y simplemente pasa la pelota a su sangre.

Es necesario, además de un compromiso con nosotros como sociedad, entender que lo democrático pasa por juegos económicos, por políticas de desarrollo, por la legitimidad que otorgamos los ciudadanos a la fuerza represiva del Estado, por la facultad que otorgamos a los gobernantes de de administrar nuestras realidades, por el bienestar de las comunidades, por el papel protagónico de los intereses del pueblo y por posibles políticas que en realidad sumerjan a nuestra sociedad en los caminos del progreso colectivo. A esto último debemos agregarle, que sea propio, engendrado por nosotros y no traído de un país social, política y culturalmente diferente al nuestro.

Quizás debamos cansarnos de los Santos, los Pastrana, los López, los Samper, los Galán y de muchos otros que a manera de monarquía, heredan el derecho de administrar un país. Quizás si miramos hacia el lado más profundo de la democracia entendamos que como colombianos también podemos ser elegidos, y por ende es absurdo que en una buena cantidad de ‘’partidos políticos’’ existan cuotas de ingreso al mismo, y de aspiración a cargos públicos. Ahora para ser Presidente me tocó pagar una millonada. Si esta no es la cama de la degradación de la democracia, entonces nos tocará esperar lo peor.

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