La
selección Colombia: la peor de las movilizaciones
Por: Oscar Tellez Dulcey
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Twitter: @oscar_ftellez
Escribo este corto artículo apenas unas horas después del partido Colombia-Uruguay en el ‘’Maracaná’’. Nuestra selección sentenció su paso a cuartos de final del mundial 2014, luego de dar un derroche de buen fútbol, con falta de empuje, pero con un buen fútbol que a fin de cuentas es lo importante. Hoy se escribió una página maravillosa para el fútbol colombiano: el mítico estadio se deleitó con el jogo bonito de la tricolor, James Rodríguez se convirtió no solo en el goleador sino también en el mejor jugador (hasta el momento) del mundial y la selección por primera vez en su historia sabe que es estar instalada en cuartos de final.
Todo muy bien, bastante emotivo y alegre, pero no puedo dejar de manifestar mi inconformismo con la maldad que llegamos a tener los colombianos. Si bien el fútbol es el deporte rey, y por ende su movilización en masa es más elevada que la de otros deportes, en Colombia, y junto a la selección, esta movilización se convierte en un factor negativo para nuestra sociedad. Y no es culpa ni de la selección, ni de los jugadores, ni siquiera de muchos de nosotros, es más bien culpa de la ceguera que produce el entretenimiento. El fútbol empieza a cultivarnos alegrías, y también odios, por eso afirmo que entre nuestros diferentes deportistas la selección Colombia se convierte en la peor de esos que hemos etiquetado de los mejores.
Remitámonos a los juegos olímpicos del pasado. Allí encontraremos parte de ese grupo de mejores. Y es que la movilización que nos junto como país al lado de Mariana Pajón, Rigoberto Urán, Óscar Figueroa, Yuri Alvear, Catherine Ibargüen, Óscar Muñoz, Jackeline Rentería, Carlos Mario Oquendo, María Isabel Urrutia, etc. se convirtió en algo positivo. Cosas tan simples como escuchar el Himno Nacional en el podio olímpico nos daban una felicidad absoluta (aunque esto es un agregado también para esta versión del mundial), la reivindicación de algo diferente al fútbol parecía posible y muchos de nuestros niños soñaron con ser unos héroes diferentes, en otras escenas. Cuando Nairo Quintana, de nuevo Rigoberto Urán, Julián Arredondo y el no tan mencionado Robinson Chalapud, lograron grandes hazañas en el giro de Italia poníamos sobre la mesa el empoderamiento de la tierra y el agro, o de los sectores marginales y la importancia de tener respeto y solidaridad con los mismos. Eso lectores y lectoras es una movilización positiva.
Al fútbol le otorgamos lo malo y no lo parrandeamos. Al fútbol lo dañamos y a la pelota –citando a Maradona- la machamos. Nos sentimos campeones por tener una secuencia de triunfos y olvidamos otros problemas que nos agobian. Si bien nos unimos como colombianos, y como mencioné en mi columna anterior, dejamos el regionalismo de lado y empezamos a trabajar unidos, los problemas que nos atañen no pasan por promover la diferencia, o por empoderarnos de lo realmente nuestro. Aquí no existe preocupación por lo marginal o por el agro (salvo algunas notas donde resaltamos el origen campesino y sufrido de muchos de los jugadores de la selección), pausamos las luchas sociales que nos atañen. Lo malo es que cuando acabe el mundial las luchas van a volver, y nosotros estaremos tres escalones debajo de quienes nos imponen los campos de lucha por los derechos, la igualdad, la libertad y el respeto.
A cambio de lo anterior, nos cargamos resentimiento contra aquellos que nuestra selección enfrentará en las diferentes fases del mundial. En época de mundial pegamos y no nos gusta que nos peguen, cargamos a Luis Suárez por el ‘’mordisco’’ a Chellini, y días antes le pedíamos respeto y madurez a Nicolle Van Dam por postear una foto en la que James y Falcao inhalaban cocaína. Y así deliramos y transpiramos por lo que nos produce el mundial, aunque a los colombianos nos gusta alabar aquello que nos agobia, ejemplo de esto es la reelección de Uribe, el fanatismo religioso y los múltiples efectos contraproducentes del exceso de alcohol.
Quiero a mi país, admiro a mi selección, soy amante del fútbol, pero busco que no engendre esta clase de respuestas en mí. Y reitero, el fútbol, ni nuestra selección son culpables de estar sumergidos en un escenario tan mal-intencionado y mafioso como la FIFA (organización que se ha encargado de pudrir el deporte más lindo). Y nosotros no tenemos la culpa que por casualidades del destino el año de elecciones presidenciales caiga justamente en año de mundial.