Recordando
a “La Hora del Gato”
Por: Alexander Silva Bustos
Facebook: Alexander Silva B
Twitter: @alexsilva_78
Si ustedes hacen un poco de memoria en mi primera colaboración para este blog dejé consignado que en el año 1993 existió un programa radial llamado “La Hora del Gato” conducido por Humberto Rodríguez Calderón (el mismo que hoy en día presenta “Sábados Felices”). A muchos nos parece que el tipo no es un gran presentador de televisión y que tal vez no puede tener la simpatía que despiertan otros animadores dentro de ese medio. Sin embargo, puedo asegurarles que la calidad y sobre todo la calidez que este señor tiene para hacer llegar un mensaje a través de la radio es un poco difícil de encontrar hoy en día.
El mencionado espacio radial hacía parte de la programación de la estación “La Mega”, lanzada en ese entonces por RCN como respuesta a las dos grandes animadoras de la radio juvenil de aquel entonces: La Súper Estación 88.9 y Radioacktiva. Hay que admitirlo: estas dos emisoras le daban en la cabeza a La Mega en las franjas de la mañana y de la tarde, incluso en parte de la noche cuando a las 8:00 p.m. las tres señales daban su Top 10 diario de canciones. Pero a partir de las 9:00 p.m., la historia era bien distinta.
A partir de esa hora los oyentes de “La Hora del Gato” sentíamos que los planetas se alineaban en favor nuestro y nos conectábamos con esos maravillosos sonidos de tendencias tan diversas como el pop, el rock y el new wave en todas sus presentaciones desde los años 60 hasta el comienzo de los 90. Sin embargo, dentro de esta diversidad musical había un elemento en común: la balada. Aquí usted puede decirme: pero, ¿cómo el rock puede ir de la mano con la balada si ese género es adrenalina pura (o ruido sin sentido, dependiendo de su concepto) moviendo la cabeza como un salvaje? Pues, para responderle me viene a la mente una frase de Tommy Lee, baterista de Mötley Crüe: “No puedes ir por la vida todo el tiempo gritando, saltando y alardeando acerca del rock todo el tiempo porque simplemente serías falso. Por muy rockero que seas, tienes sentimientos.” Y en verdad, este señor tenía razón. A mi generación la criaron con música de plancha y eso nos inculcó cierto nivel de sentimentalismo musical pero como no queríamos utilizar las mismas palabras que nuestros padres para expresar lo que llevábamos dentro de nuestros corazones empezamos a recurrir a otro idioma, otros conceptos y otras frases. Tal vez por eso es que me gusta el rock, porque no hice como muchos otros que empezaron escuchando las tendencias más pesadas y por eso decidieron irse por varios géneros distintos. Mi experiencia personal comenzó con ese programa radial, donde escuché sonidos más cercanos a lo que yo sentía y luego me decidí a buscar tendencias un poco más pesadas dentro de mi margen de tolerancia.
Como les decía en las primeras líneas de esta columna, la capacidad del señor Rodríguez Calderón para transmitir lo que uno deseaba escuchar, combinada con su sapiencia musical (porque eso sí, el hombre es casi una biblia para esto de las baladas americanas) y con el buen repertorio del programa era suficiente para que uno se pegara a la radio hasta la media noche, lo cual para mí era bastante conveniente, ya que estudiaba por las tardes. En esas tres horas aprovechaba para realizar los trabajos más largos, y cuando no tenía mucho por hacer me dedicaba a grabar las canciones en varios casetes, los cuales sonaban durante el día siguiente hasta que me iba para el colegio. Ahí empecé a aprender inglés, aunque reconozco que muchas veces me inventé palabras que ni siquiera existen en ese idioma y pues, en ese entonces no teníamos la facilidad del Google Translate ni de las páginas donde uno puede encontrar las letras de todas las canciones.
Fueron dos años en los que mi despertar hacia la vida se vio influenciado por la maravillosa música de ese programa que de domingo a miércoles alegraba mi existencia y la de muchos otros. Sin saberlo fui puliendo mis gustos musicales y definiendo mi personalidad para el futuro. Estaba llenando mi alma y mi mente de sonidos, letras y sensaciones que eran desconocidas pero que hasta el sol de hoy me acompañan en mi camino. Por eso, siempre llevo en mi recuerdo a ese espacio radial. Gracias, Humberto. Gracias, “Gato”.
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