domingo, 24 de agosto de 2014

La cultura del miedo


Por: Rocío Infante Buitrago
Facebook: Rocío Infante
Twitter: @rochy1111


“Nos enseñaron a tener miedo y a vivir con él, pero se les olvido enseñarnos cómo evitarlos y deshacernos de ellos”

Es tan jarto escribir sobre temas como este, precisamente porque tocan mis  fibras más profundas, y seguramente, la de muchos lectores. No sé desde donde me lean, pero si usted está en Bogotá, sé que no le será indiferente lo que voy a escribir sobre la Capital. 

De repente, un bogotano promedio, se levanta una mañana como cualquier otra, intentado luchar con el reloj porque el sueño es absurdamente irresistible, pero sabe que inevitablemente debe salir mínimo con una hora o en el peor de los casos, hora y media de anticipación para llegar a su lugar de trabajo o de estudio temprano. Esto, gracias al pésimo servicio público que tiene la ciudad, el cual genera un tipo de caos en la movilidad que parece de locos y que sin duda es atemorizador. 

Aun así, nos levantamos tarde, lo que genera un problema en nuestra actitud y comportamiento desde la mañana. Claro está, que desde antes de salir de la casa, nos mentalizamos en donde sería el mejor lugar para guardar bien el celular y la plata, para que en medio del agite no se caigan o en efecto, se los roben. Mientras otros, se echan la ‘bendición’, porque saben que salen de la casa con vida, pero que llegar a ella Bien es todo un milagro. 

Por eso, aquí culturalmente somos una generación miedosa, pero no porque hayamos nacido así, sino porque la sociedad a diario se encarga de hacernos esclavos del miedo. Desde pequeños nos crearon el miedo a la oscuridad, porque si no nos dormíamos rápido vendría el coco y nos comería. Pensábamos que ese miedo iba a desaparecer cuando creciéramos, pero la realidad es otra, ahora, incluso le tememos a más situaciones que cuando éramos pequeños.

Tememos por nuestra vida al salir de casa, porque en cualquier momento podemos ser víctimas de los ladrones que nos acechan, que no se conforman robando, sino que para su satisfacción deben dejar un muerto de por medio. Por culpa de esa inseguridad y de ese miedo constante, es que el bolso por donde quiera que vayamos debe ir bien agarrado, el estar constantemente chequeando quien está al lado, atrás y a delante,  es la tarea de todos los días, porque aquí nadie se salva, todos por el problema psicológico del que padecemos –el miedo-, vemos un ladrón interno o un psicópata sexual en la gente del común, que en el caso de las mujeres, pero también en el de algunos hombres, quieren manosear y en el peor de los casos violar.

Si una persona se le acerca buscando una dirección y le muestra un papelito, lo típico es que usted se aleje pensando que le van a echar escopolamina y prefiere decir que no sabe. También evita en lo más posible no discutir con nadie en el medio de transporte público o en la calle, teniendo en cuenta que no falta el que lo llegue a maltratar verbal y físicamente. En el peor de los casos, lo llegue a chuzar como decimos coloquialmente o a quemar con ácido, como se ha podido ver en los últimos años. 

Aunque la lista de miedos en la ciudad es demasiada larga, trate de poner los ejemplos más frecuentes, para concluir que nosotros, ya no sabemos que significa la palabra tranquilidad en la calle. Caminamos rogando porque nunca nos pase nada de lo que mencione anteriormente. Situaciones que sin duda, afectan nuestro ritmo de vida. Nos enseñaron a tener miedo y a vivir con él, pero se les olvido enseñarnos cómo evitarlos y deshacernos de ellos. Esto de un momento a otro se convirtió en nuestra cultura ciudadana, nos acostumbramos y todos desgraciadamente la naturalizamos.  

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