viernes, 1 de agosto de 2014

Nos hemos estado engañando



Por Estefanía Bohórquez Pérez


Desde que tengo uso de razón siempre se ha dicho que los colombianos somos muy solidarios, que nos caracterizamos por nuestra calidez como personas. En realidad esto es mentira y fachada para atraer turistas. Aunque es innegable esa fascinación incomprensible que existe en el colombiano por todo aquel que es extranjero, más que calidez esto es muestra clara de desarraigo y de esa lambisconería que existe hacia todo aquello que a muchos nacionales les parece mejor.

La cruda realidad es que los colombianos no dejamos de ser como los demás habitantes de este mundo: personas egoístas que priman su bienestar sobre el de los demás. Por supuesto hay excepciones, pero son eso, individuos o colectivos que rompen el factor común.

Específica muestra de la falta de solidaridad del colombiano (y del ser humano en general) en especial en las grandes urbes, puede ser la poca disposición de brindar ayuda en una situación que a simple vista es anormal. Ejemplo básico es que en estas selvas de cemento muchas veces se escuchan personas hablando de como fueron víctimas de un robo a plena luz del día y en un espacio concurrido pero nadie los auxilio.

También muchos podemos ser testigos de maltratos físico-verbales a niños, mujeres, ancianos y animales, pero se prefiere evitar meterse en problemas y por eso no ‘’nos vamos de sapos’’. Un caso que en realidad logra despertarme molestia visceral es que haya indiferencia, hasta permisividad, frente a los actos obscenos que se presentan contra las mujeres. Resaltando el transporte público por los eventos que han sido coyuntura. 

Lo preocupante es que son actos normalizados en una sociedad machista en la cual las mismas mujeres permiten diferentes insultos y no hacen nada. De otra manera no se explica que canciones que dicen “mi gata oficial, con la que tengo relaciones sin condones” o “está medio gordita pero chupa chévere” o El Serrucho, o unas más viejas como Micaela y La Quemona, no solo sean éxitos sino que uno escuche a jovencitas entonándolas. Y no me malinterpreten, no es un asunto de mojigatería, cada quien puede vivir y hablar de su sexualidad como le plazca, pero no normalizando insultos de género.

No pido solidaridad por la “indefensión” de las mujeres que pregonaron muchos, hecho que en realidad revictimiza a quien sufre un suceso de estos. Más bien hago un llamado a dejar la indiferencia en este aspecto por el bien y desarrollo de la sociedad. 

Es ilógico que a los políticos y a los líderes de opinión lo único que se les ocurra sea proponer que el transporte esté dividido por género. Por qué no proponen más bien políticas educativas en las cuales se les enseñe a los niños a no violar y se deje de educar a las niñas para que vivan con el miedo de ser violadas. Lo más triste es que es evidente la respuesta, no se hace porque somos una sociedad con rasgos machistas arraigados. De hecho, muchas veces son las mismas madres las que perpetúan estas conductas machistas que plagan y distorsionan la verdadera forma en la que debería ser vista la mujer en este país.

También hay que tener en cuenta la sensación de inseguridad que hay en los colombianos y, en medio de ese efecto de sálvese quien pueda, esto reprime la actuación efectiva de los ciudadanos al presenciar las situaciones enumeradas en este texto. Pero, con todo respeto -entre ser ‘’una gallina o un sapo’’, yo sí me meto de ‘‘sapa’’. 

Es necesario que al ver un asqueroso de estos, todos los espectadores, pero en especial las mujeres, reaccionemos generando una sanción por lo menos social, sometiendo al individuo al escarnio público. Así se enseñará a regañadientes que mujer no es igual a indefensión y que se le respeta por el simple hecho de que a todos nos trajo al mundo una dama.

Por ahora celebro que además de los absurdos e inútiles vagones exclusivos en hora valle hayan introducido en los servicios articulados a policías infiltradas para atrapar a estos depravados y que por lo menos se empiece a crear una cultura de confianza en alertar de un caso de acoso además de, por supuesto, empezar a generar un poco de miedo en estos ‘individuos’’. 

Posdata: Mientras tanto sigo soñando con el día en el que las mujeres podamos salir a la calle desnudas y el único riesgo que corramos sea que la policía nos retenga por escándalo público o exhibicionismo. 


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