Un
racismo natural: las leyes lo suprimen y el pueblo lo reproduce
Por: Oscar Tellez Dulcey
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Twitter: @oscar_ftellez
A 38 años del enfrentamiento que dejó alrededor de 60 muertos –por allá en Sudáfrica en el año 1976- nos es posible ver que el origen de dicho enfrentamiento sigue latente. A Sudáfrica la dominó el racismo en la época de la colonización europea, se legalizó en el importante siglo XX y con la caída del Apartheid hace ya 23 años, la cuestión racista fue un asunto insertado en varios sectores de la población. La segregación perdió su legalidad, pero alcanzó la legitimidad social necesaria para promover el problema más absurdo del mundo.
A Mandela no le faltó fortaleza para llevar a cabo su lucha antirracista, pero le resultó difícil re-educar a muchos sudafricanos para que se entendieran que sus días no se limitan a ser mestizos, negros, blancos o indígenas, muchos de ellos no entendieron que la idea era reconocerse simplemente como sudafricanos. La herencia colonial europea engendró el odio entre las mal denominadas razas y comulgó con la idea de la existencia de razas dominantes y razas dominadas.
La compleja idea de la existencia de un poder casi divino, otorgado por pertenecer a cierta ‘’raza’’, no dudo en llegar a diferentes puntos de la sociedad sudafricana. En un principio, muchos blancos fueron quienes se creyeron la leyenda de su superioridad, y seguidamente, una gran cantidad de negros voltearon la torta para hacerse con el trono de la ‘’raza superior’’, emprendiendo así, comportamientos y actitudes racistas contra los distintos grupos asentados en el país de Mandela. Un David negro se había convertido en Goliat, pero el Goliat blanco jamás dejó de creer en sus instintos y el problema racial se reprodujo aun más.
El rugby ya no une a los pueblos. Esa tesis murió mucho antes que Mandela. Y murió, quizás, por las consecuencias que trae consigo el orden mundial que nos rige. A los sudafricanos les pudo más el bienestar económico que la vida en comunidad. El catálogo que se le otorgó al blanco como dueño del emporio y promotor de la explotación, alimenta el odio racista entre las gentes. Al negro –reflejo del campesinado en un gran porcentaje- le odian los campesinos blancos, porque no se sienten seguros en sus parcelas y siempre están a la espera de una ofensiva contra la minoría blanca del campo.
Pero la cosa no se queda ahí. Los no sudafricanos residentes en ese país (como lo afirmó en alguna ocasión Javier Brandoli) se sienten inseguros, indefensos y temerosos por el escabroso tema del racismo ahora evolucionado en xenofobia. Aquellos que llegan a Sudáfrica por cualquier motivo, son vistos como usurpadores, como posibles nuevos empleados y poseedores de los sueldos que pudiesen ganar los sudafricanos. Este motivo basta para afirmar, que la lógica del mercado ha posibilitado la mutación del racismo sudafricano, al punto que hoy en día mira fuera de sus fronteras.
Hoy no se necesitan colonizadores, ni leyes, ni siquiera un régimen como el Apartheid, para hacer respetar el orden jerárquico entre lo que a lo largo de la historia se han denominado razas. Hoy podemos tildar a los europeos de incomprensivos, pésimos antropólogos, brutos, bárbaros, irrespetuosos que por saciar el hambre que imprimía la lógica del mercado durante la época de la conquista africana, se impusieron ante un continente con un potencial de progreso enorme.
Hoy necesitamos a muchos Mandelas, a muchos más de aquellos sudafricanos que no se miran en cuestión de grupos o mezclas, sino que se entienden como sudafricanos y africanos. Necesitamos unos administradores del poder más comprensivos, con mejores bases antropológicas, menos brutos, no bárbaros, y lo más importante que sean respetuosos, sin un hambre que saciar por las lógicas del mercado que impone nuestra época.
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