Los
desaparecidos: una herida que jamás sana
Por: Estefanía Bohórquez Pérez
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Twitter: @jiomarestefania
En los últimos días ha resonado una noticia que deja claro que, aunque sea tarde, la labor de un movimiento social se ve recompensada. Se trata del anuncio de Estela de Carlotto, presidenta de las abuelas de la Plaza de Mayo, según el cual su nieto apareció. Él nació durante el cautiverio de su madre, hija de Estela, quien fue capturada por hacer resistencia a la última dictadura militar argentina (1976-1983) y asesinada tiempo después del parto.
Estela de Carlotto, de 83 años, es gran exponente de la lucha por los derechos humanos y recuperó a su nieto después de una incansable lucha de más de 36 años. El nieto de Estela fue identificado con una prueba de ADN. Lo buscaba bajo el nombre de Guido, aunque en la actualidad lleva el nombre de Ignacio Hurbano y es músico.
Este suceso aviva la esperanza de muchas de las organizaciones que no solo en Argentina sino a la largo del continente buscan saber qué sucedió con los desaparecidos, pero también hace recordar las frases de dolor que retumban en los ríos, en las fosas comunes y en las casa de aquellos que añoran a sus desaparecidos: “Cantamos en plaza de mayo, porque no olvidamos ni perdonamos yuta, palos, gases y balazos… Canto porque sangran las heridas de las tumbas clandestinas”. Estas ilustrativas estrofas del Himno de los desaparecidos de Fabián Mateos hacen recordar que las heridas del alma de los familiares de estas personas, son de aquellas que casi nunca cicatrizan.
Una de las compañeras de lucha de Estela declaró que siempre que aparecía uno de los nietos, ella brindaba diciendo “que el próximo sea el de Estela” y que ahora no sabe qué dirá. Apuesto que se le va a ocurrir mucho más, porque desafortunadamente tanto en Argentina, como en el resto de América Latina, no son cientos, son millones las cifras de personas desaparecidas en los diferentes procesos violentos que se vivieron. Por eso Mateos grita en su himno “Vamos a cantar hasta morir por los desaparecidos”.
Personalmente las palabras que más me impactaron de esta canción de dolor son las siguientes: “Pueden tirarnos al fondo del Río de la Plata, enchufarnos a 220 y darnos picana, pero nunca podrán jamás hacernos callar”. Por si solas las palabras aterran, pero calan más fuerte cuando unos sabe que nuestros ríos tienen miles de historias que quisieron hacer desaparecer en sus aguas, cuando en las noticias se escucha que en Buenaventura, y quien sabe en cuantos lugares más, hay casa de pique y cuando somos participes de una tortura sicológica constante, donde el único que reina es el miedo, empoderado por el silencio de quienes lo viven.
Por supuesto, esto no puede ser un mensaje de desesperanza, sería un insulto para tantas organizaciones de víctimas que han luchado por no revictimizarse sino porque sus desaparecidos tengan una razón de ser, se conviertan en los instrumentos para construir memoria colectiva, de tal manera que lo que queda es acompañarlos en la lucha y recordar que esta es una pequeña manera de colaborar a que sus heridas empiecen al menos a cicatrizar.
Culmino recordándoles este párrafo "Canto porque no puedo olvidarme de la noche de los lápices. Canto para que no vuelvan nunca los asesinos de la dictadura". Aquí Mateos nos deja ver los grandes deseos de los familiares de los desaparecidos, además de la añoranza de que la situación no vuelva a ser igual.
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